Las recientes discusiones en materia de incentivos a la generación renovable hacen oportuna una recapitulación sobre los retos que nuestro país enfrenta en materia de transición energética; mismos que superan por mucho el cumplimiento de una meta.
Para entender el alcance de lo que le implica que México sea o no parte de la transición energética global, conviene tener claro el cambio estructural del modelo de negocio que las empresas de energía están experimentando; basado en tres elementos. Primero, los esfuerzos globales por dar cumplimiento a los Acuerdos de París y evitar que la temperatura del planeta se incremente por arriba de los 1.5 grados; que nos obliga a transitar hacia un mundo liderado por energía limpia.
Por otro lado, el explosivo desarrollo de la tecnología digital; que pone al alcance de un teléfono inteligente información en tiempo real, como precios y consumo. Y, finalmente, gracias justamente a este desarrollo tecnológico, hay que considerar las necesidades personalizadas de los consumidores, quienes demandan servicios diferenciados.
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El cambio golpea de frente a las inversiones de capital realizadas bajo el modelo de negocios tradicional. El riesgo de quedar atrapados en los activos aumenta y obliga a otras industrias, como la automotriz —cuyo modelo del siglo XX trajo grandes beneficios a nuestro país—, a prepararse para enfrentar la disrupción, mucho más próxima de lo que parece, del vehículo eléctrico y autónomo.
Viendo de frente al futuro, conviene preguntarnos: ¿estamos preparados para el cambio de modelo de negocios del sector energético y su impacto en el de otras industrias en las que México es un actor relevante?, ¿qué hacer para vincular la política energética a una política industrial que permita a México insertarse en el modelo de desarrollo del siglo XXI? Vamos tarde; ojalá se logre.