El plan energético de México, un asunto pendiente de la sociedad mexicana, no sólo del gobierno
Por: Sergio Montes de Oca
Las demandas energéticas de nuestro país son tangibles de manera actual y pueden proyectarse hacia el futuro; sin embargo, no sucede lo mismo con el plan de las inversiones. ¿Seremos capaces de tomar posturas y decisiones a tiempo?
El agua, la energía y la salud son los tres aspectos fundamentales en todas las economías del mundo. A su vez, son factores socioeconómicos que, en conjunto con la seguridad pública y certeza jurídica en segundo plano, tienen efectos significativos en cómo se desarrolla la industria en un país.
Sin duda el mercado de tratamiento y suministro de agua; así como el energético, son complejos por su naturaleza, la cual involucra infraestructura pública desde presas, canales, reservas acuíferas; principalmente en industria de tratamiento de agua, y ductos, vías férreas, red carretera, seguridad pública, almacenamiento, aspectos jurídicos y reglamentarios en ambas mencionadas. Por tanto, generar una visión de estos dos mercados y fuentes de desarrollo nacional es una tarea delicada.
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Por sí mismos, para contribuir con el desarrollo nacional, los recursos requieren instrumentos técnicos y legales, políticas claras o estrategias de mediano a largo plazo; así como condiciones sociales, de seguridad, educación, infraestructura logística, educación pública, desarrollo de tecnología, entorno laboral, etc. Actualmente, a poco más de seis años desde la apertura comercial energética en México y el libre mercado, debemos estar conscientes de que estamos en un entorno naciente.
En comparación con mercados desarrollados, como Estados Unidos y Canadá donde al menos desde los años 70 y 90, respectivamente, hay un camino recorrido; hoy más que nunca en un entorno geopolítico global, en México se requieren decisiones dentro de un plan de desarrollo económico comercial con una visión de al menos entre 12 y 30 años.
Hablando de geopolítica, México tampoco ha tomado partido dentro de estos grupos regionales; y, de forma similar con los siglos XIX y XX (antes de la globalización), ha sido necesario tener claro en qué partido jugamos y qué queremos lograr. Hoy día no podemos mirar cómo se mueve el partido entre bloques mundiales desde una banca sin equipo.
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Es cierto que implícitamente el T-MEC es una señal de que pertenecemos al bloque de América del Norte y, aunque más complejo en sus capítulos de energía, definitivamente debemos sacar el mejor aprovechamiento. Respecto a las acciones políticas y económicas; aún no existen medidas orientadas a jugar un papel relevante en la geopolítica que aumente la calidad de vida de los mexicanos. Por esto, la planeación a largo plazo (misma que no existe) se debe ejecutar antes de continuar con decisiones en todos los sectores. Debemos saber dónde estamos, hacia dónde y cómo queremos ir más allá de los seis años.
Es importante resaltar que los recursos inyectados a Petróleos Mexicanos no son del todo una mala decisión; sin embargo, no se ha ponderado cuánto cuesta a largo plazo sostener esto desde el sector público; que más bien podría estar invirtiendo en infraestructura pública; carreteras, vías férreas, caminos, seguridad y planeación urbana para sostener una industria que, con apertura a los privados, podría sostenerse. En realidad sería un instrumento para aliviar la carga de inversión y compartir el riesgo financiero.
Es fundamental dimensionar, estimar y analizar los datos de las agencias especializadas sólo para dar una idea somera a la opinión pública de por qué debemos poner atención en el tema; y presionar desde nuestras trincheras, empujando a un plan de largo plazo. En las políticas gubernamentales son necesarios factores elementales, tales como considerar que los gastos de las Empresas Productivas del Estado son en moneda distinta a la nacional (presupuesto); así como la volatilidad del tipo de cambio y el entorno de inversión internacional. Según datos de la IEA (por sus siglas en inglés, Agencia Internacional de Energía) el 2020 está marcado como el año del desplome en inversiones en energéticos a nivel global; el más importante jamás registrado en su reporte World Energy Investment 2020, como resultado del COVID-19.
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Adicionalmente, respecto a nuestros vecinos y socios comerciales, en Estados Unidos se demanda una inversión de 385 mil millones de dólares en su sector energético; con el objetivo de mover una economía cuatro veces mayor en consumo de energía respecto a América Latina. No obstante, dicha economía cuenta con alrededor de 10 veces más reservas probadas de crudo en millones de barriles; con una planeación de largo plazo considerando energías renovables… ¿Hacia dónde vamos nosotros?
Nuestro país tiene una población cercana a un tercio de la del vecino del norte -en pocas palabras, somos muchos mexicanos (alrededor de 127 millones de habitantes, censo Inegi 2020)-; un limitado recurso natural, un mercado incierto, una infraestructura de almacenamiento muy por debajo de la requerida (asunto delicado y de seguridad nacional donde yace la verdadera soberanía energética) y un plan energético de largo plazo que no existe. La lógica es simple: mientras mayor población, mayor movilidad y energía se requiere.
Por esto, hoy son muy sensatas las preguntas: ¿cuánto debemos invertir en el sector energético para sostener al país? ¿Quiénes lo deben hacer y en qué medida? Algunos analistas ya trabajan en proyecciones muy precisas sobre cuánto deberá destinarse en inversiones. De forma general, en conclusiones, no se sabe de dónde saldría el dinero para cubrir las necesidades considerando la presente dirección y plan. Esto hace fundamental la necesidad de un plan y panorama claro, sustentado y de muy largo plazo.
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La incertidumbre de mercados no es un “cliché” antigubernamental, ni propaganda partidista o un tema de anti-nacionalismo. En realidad, los jugadores en el mercado de petróleo y gas sí tienen dudas sobre sus inversiones. El cambio de timón ha significado que aquellas compañías, productoras, manufactureras y de servicios en los tres rubros; upstream, midstream y downstream, visualicen el potencial del mercado (que por supuesto es grande y existe); sin embargo, hay una gran duda respecto a las inversiones.
Un ejemplo: en el tema de medición y metrología, desde la entidad mexicana de acreditación como desde el centro nacional de metrología (dos actores importantes en la estandarización y calidad de mediciones de petrolíferos), encausaban en años recientes; a través de distintos foros, a la comunidad empresarial en México a invertir en servicios de medición y calibración acreditados; ya que la acreditación es sinónimo de calidad y compromiso con la industria. Dicha acción (por cierto, muy loable) tiene un tímido efecto sin ser el “boom”, pues el plan nacional de desarrollo sigue sin “cuajar”; pequeño ejemplo del sector sector de servicios. Esta historia es repetible en muchos aspectos más.
Las normas, disposiciones administrativas de carácter general y reglamentos no son políticas, sino herramientas por las cuales las políticas cumplen su objetivo estratégico. Sin estrategias claras y firmes, y sin un plan y robustecimiento de los organismos descentralizados, las herramientas serán poco a poco meros trámites que, al menos en México (por experiencia), resultarán en mecanismos administrativos que retrasen el desarrollo en el mejor de los casos; o en medios de corrupción para favorecer a ciertos sectores o empresas bien “apalancadas” con viejos monopolios de una economía cerrada entre la Empresa Productiva del Estado; y algunos proveedores locales e internacionales.
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Esto no es más que otro obstáculo a la competitividad, competencia, libre mercado, servicios, productos y soluciones de calidad a la industria. Incluso el cambio, actualización y adecuación de estas herramientas en una dinámica prueba error puede ampliar más la incertidumbre y pérdidas en las empresas que, de acuerdo con sus giros o visiones de negocio, pueden invertir en ese rubro.
Porque después de un respiro momentáneo las cosas entre 2015 y 2019, en 2020 parecen ¿volver atrás? Fue acaso una muestra efímera entre de la avidez del empresariado mexicano y extranjero de una oportunidad de hacer negocios soportando el crecimiento de la economía mexicana. Hoy día es claro que lo que pueda invertir el gobierno en la industria energética de manera sostenida no será jamás suficiente para colocar a los mexicanos en el nivel de vida que requieren, ni a México en el papel que debe tener en el entorno geopolítico.
Conclusiones
La llegada del COVID-19 marca en 2020 una oportunidad de crear un nuevo punto de partida. Si bien ya hay un mapa geoestratégico establecido, la caída en los mercados y la economía abre una nueva oportunidad de dar “set” a la dirección por seguir y al reloj que nos marcan las tendencias globales. Lo que quiero decir con esto es que los procesos de planeación del sector público y privado deben ser vistos de maneta distinta en 2020 y 2021 y ejecutados eficazmente con miras al 2030 como mínimo.
El gran problema hoy es que todos los engranes dentro de este mecanismo tienen distintas medidas y no convergen, mucho menos los jugadores que facilitan estos engranes. ¿Cuánto tiempo tomará alinear estas perspectivas? Seamos conscientes de que no tenemos demasiado.
Si llegamos a finales de un 2022 en las mismas condiciones, sin duda seremos señalados en el futuro por otras generaciones como los grandes responsables de no aprovechar la oportunidad que trajo la pandemia global. El papel de la sociedad civil, empresariado, comunicación y periodismo es fundamental para encausar al Legislativo y Ejecutivo Federal de manera firme y sostenida y “retar”; en el sentido contractivo, a la visión actual del plan de desarrollo para construir un México con robustez macroeconómica al 2050, tanto en temas energéticos hídricos, energéticos y en cambio climático.
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