Fluvio Ruiz

Tiempo de reflexión: Fluvio Ruiz

Fluvio Ruiz

Tiempo de reflexión

El lunes 20 de abril, los precios del petróleo alcanzaron niveles históricos a la baja. Incluso, en algo que no tiene precedentes, se registraron precios negativos, como reflejo del costo de almacenamiento del petróleo que no se pudo colocar en el mercado de “físicos”. 

Se ha escrito mucho sobre este episodio, pero en resumen podemos afirmar que, lo acontecido, encuentra su explicación en las condiciones puntuales del mercado; además de las características principales del sector petrolero y las expectativas respecto a la evolución de la pandemia. Esta situación extrema fue el resultado de la conjunción específica, en un momento determinado, de elementos de largo (transición energética, costo del barril marginal), mediano (pandemia, desaceleración económica, falta de coordinación de los productores) y corto plazo (caída de la demanda, saturación del almacenamiento, terminación de contratos). 

Las expectativas para la recuperación de la demanda no son muy alentadoras. Al momento de escribir estas líneas, no existen datos contundentes que indiquen que la pandemia se esté controlando y en un futuro cercano podamos regresar a la “normalidad”; amén de que persistirá un alto nivel de almacenamiento. Esto sugiere que las actuales condiciones del mercado prevalecerán, al menos, durante el mes de mayo. 

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Ahora bien, en el plano financiero, a partir de 2007 se desconectó la demanda de “barriles de papel”, con relación a los “barriles físicos”. Desde 2010, más del 50% de los contratos a futuro, estaban relacionados con la inversión financiera. Esto significa que la formación del precio se ha vuelto más sensible a cambios en las expectativas económicas y, también, que hay un componente especulativo presente en las transacciones petroleras. 

Ante las muy complicadas circunstancias del mercado petrolero internacional y de la dinámica económica en general, el Estado mexicano tendría que analizar la situación; evaluar sus objetivos estratégicos y tomar medidas de corto, mediano y largo plazo. No se trata de abandonar los objetivos centrales de la actual política petrolera, sino de ajustar la ruta y los instrumentos para alcanzarlos.

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En ese sentido, resulta indispensable reestructurar la arquitectura institucional surgida de la Reforma Energética; con el objetivo de delinear otra que dé congruencia, eficacia, claridad y estabilidad a una nueva dinámica sectorial. Lo anterior, al tiempo que permita hacer coherente la orientación y objetivos de las políticas públicas en materia económica, fiscal, industrial y petrolera; con el propio diseño institucional, el marco jurídico, las medidas regulatorias y sus instrumentos derivados. 

Desde antes de la actual crisis de los precios, Pemex enfrenta muchos, variados y complejos retos, frente a los cuales necesita redefinir sus estrategias y jerarquizar sus prioridades. En particular, tendría que revisar y ajustar su plan de negocios, ya que el actual se inscribe en la inercia histórica, sin cuestionamiento alguno al modelo petrolero extractivista y rentista de los últimos cuarenta años; a pesar del indiscutible giro nacionalista del gobierno. 

Si bien Pemex plantea corregir los defectos que nos llevaron a una integración energética subordinada en Norteamérica, así como revertir el intento de la administración anterior de convertir a la empresa en “un actor más” del sector petrolero; el plan de negocios le concede poca importancia a la transición energética. En esa medida, Pemex no se está preparando para afrontar las profundas mutaciones del sector energético mundial. Este, es justo el momento de hacerlo.

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