Debate energético, sin filias ni fobias – Por Leonardo Velasco Ochoa
Desde que se dio a conocer el acuerdo de SENER sobre política de seguridad energética el pasado 15 de mayo, pareciera que todos tenemos una opinión respecto al tema de energía. Y aunque da gusto ver al sector como epicentro, me preocupa lo que está en juego. Evitemos que la controversia sea más causa que consecuencia y que esto se convierta en soliloquios injustamente amplificados.
Los que hemos tenido oportunidad de adentrarnos más en el asunto, sabemos que puede ser un tema confuso. Una porción del debate es natural en prácticamente todos los asuntos en donde la política pública juega un papel determinante. Ahí vemos algunas de las grandes dicotomías de nuestros tiempos: ¿socialismo moderno o capitalismo puro?, ¿intervención, o libre regulación?, ¿derechos inalienables, o limitación de los recursos?
Sin embargo, en el tema energético hay más diversidad de la que percibe el ojo común. En este campo de batalla también blanden sus colores otros sutiles contrastes: lo viejo y lo nuevo, lo poderoso y omnipresente, contra lo innovador y naciente. Todo esto produce un choque de culturas y opiniones que debemos conciliar.
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Ante una materia compleja, los silogismos resultan en una trampa intelectualmente placentera. Si la manera tradicional en que la Comisión Federal de Electricidad hace energía es confiable, y además no es intermitente, entonces es la solución a todos los problemas energéticos de México. Si la energía que se produce a través de paneles solares y hélices es limpia y además barata, entonces no necesitamos más. Pero la situación es un tanto más compleja ¿Qué sucedería si cortáramos de tajo toda inercia política o prejuicio social?, ¿hacia dónde nos llevaría esa discusión?
Últimamente a la opinión pública se le ha bombardeado con un caudal de calificativos sugerentes. A la energía por primera vez se le califica como confiable o soberana, antagonizando el resto del conjunto como no confiable o antipatriota. Hace falta alejarse de los prejuicios, debemos intentar ser racionales y revisar los números, pues ellos nunca mienten.
Quizás una buena pregunta de partida sería: ¿cuánto cuesta producir energía en México y cuánta necesitamos? Y, en efecto, tendríamos que tomar un bisturí y con precisión quirúrgica separar hasta dónde deben llegar las decisiones que la hacen de un bajo precio y omnipresente. Pero debemos cuidar las realidades que escapan a la luz pública, como el costo real de producción cuando le extirpamos los subsidios que colman las necesidades de millones de usuarios residenciales.
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A final de cuentas, a la energía habrá que llevarla en estadías graduales de más a menos emisiones; al igual que habrá que llevarla de mayor a menor precio, por último, de relativa disponibilidad a total disponibilidad. Y debemos hacerlo venciendo los retos tecnológicos que encontremos en el camino, como el almacenamiento eléctrico y la regulación de los parámetros implícitos en el Código de Red.
Quizás el gran desperfecto en toda esta marcha de filias y fobias es nuestro poco apetito por crear debates imparciales. Genuinamente debatir, sin prejuicios u obsesiones. Sepan todos que la consecuencia de influir en la opinión pública, a costa de cualquier hipérbole o desacierto, es que las cosas no funcionarán como deberían y las políticas públicas se tornarán extremadamente rígidas. De las cuales no podrá crecer nada bueno en los años que vienen.
Desde la AMIF (Amif.mx) somos partidarios de generar debates sin sesgo en el sector energético, entre el sector público y privado, sobre generación distribuida, solar, eólica y de fuentes tradicionales. Al final, este tipo de debates son los que generarán las políticas públicas que se necesitan, no solo en el México de hoy, sino también en el de mañana.