Las aguas profundas del Golfo de México son una cuenca petrolera probada, pero desafortunadamente, hasta ahora, sólo del lado estadounidense de la frontera. Es de las más exploradas superficialmente del mundo, con un potencial listo para ser aprovechado del lado mexicano. Con datos del Centro Nacional de Información de Hidrocarburos (fuente oficial en nuestro país), más de una quinta parte de los recursos prospectivos se localizan en aguas profundas con tirantes de agua mayores a 500 metros.
Por sus características y complejidades tecnológicas, estas áreas suelen trabajarse en equipo. Difícilmente una sola empresa de energía está resuelta a sortear en solitario las enormes inversiones requeridas. Las aguas profundas son la Fórmula 1 de la industria. Ahí juegan pocos, y los pocos que juegan, lo hacen en equipo.
A raíz de la implementación de la reforma energética, en México hubo dos licitaciones enfocadas en este tipo de proyectos y una asociación estratégica de Pemex. Como consecuencia de ello, ahora tenemos 27 contratos de Exploración y Extracción de Hidrocarburos, con 12 operadores de distintos países: Pemex, Shell, Total, Repsol, PCCarigali, Murphy, Equinor, Eni, CNOOC, BP, Chevron y BHP.
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La actividad comprometida en estos contratos, en términos de perforación de pozos, asciende a 46. A manera de contexto, la empresa estatal ha perforado 52 pozos de 2004 a la fecha.
Por los tiempos que estos proyectos toman, por los requerimientos financieros asociados, por las constantes mejoras tecnológicas; y, en general, por las características implícitas en las actividades de Exploración y Extracción a más de 1,500 metros de tirante de agua, es que la obtención del primer barril de crudo en estos casos suele tomar, al menos, 10 años.
El portafolio de oportunidades exploratorias en nuestro país es amplísimo y las aguas profundas del Golfo de México no escapan a esta realidad. Actualmente existen importantes polígonos que podrían ser objeto de licitación.
Pemex ha señalado, en concordancia con la actual política energética, que, por el momento, no está interesado en incursionar en este tipo de proyectos. Con absoluto respeto a esa decisión, entendible además desde varios puntos de vista, un planteamiento que podría (que debería, en mi concepto, evaluarse) es abrir de nueva cuenta estas áreas a la participación de las grandes empresas de energía; aquellas que están dispuestas a asociarse para afrontar los enormes retos que las aguas profundas y ultraprofundas representan. La visión, en este caso, debe necesariamente ser de largo plazo. Así lo mandata la Constitución y lo exige la innegable y muy necesaria transición energética.