El pasado 16 de octubre, Carlos Romero Deschamps presentó su renuncia como secretario general del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM). Lo anterior, tras 26 años de haber permanecido en el cargo. Más allá de las razones que pudieran subyacer en esta decisión, en este breve espacio trataremos someramente lo que esto puede significar para las relaciones laborales y la vida sindical en nuestro país.
De entrada, es preciso recordar que en sus orígenes, el STPRM fue un sindicato muy combativo, con gran influencia del Partido Comunista Mexicano. Fueron los trabajadores petroleros, aglutinados en el sindicato, quienes hicieron posible que la naciente Pemex pudiera arrancar y operar. De hecho, a la primera etapa de vida de nuestra petrolera se le suele denominar como el período de la «Administración Obrera de Pemex». Una especie de Soviet tropical, literalmente hablando.
Con el tiempo y una que otra acción represiva del Estado, la democracia interna, combatividad e independencia del STPRM sucumbieron. Lo anterior, ante el férreo corporativismo que se instaló como el rasgo fundamental de las relaciones laborales en México. Las sucesivas direcciones sindicales se alinearon políticamente con el Partido Revolucionario Institucional y sus métodos antidemocráticos. Sin embargo, durante años preservaron un mecanismo rotatorio para designar al secretario general.
Así, el liderazgo formal se turnaba entre las direcciones de las secciones locales de Ciudad Madero, Minatitlán y Poza Rica. Este esquema se terminó con la llegada de Carlos Romero Deschamps, quien sucedió a Sebastián Guzmán Cabrera (líder de la Sección 10 de Minatitlán), entronizado como dirigente por el gobierno de Carlos Salinas, una vez defenestrado y encarcelado, Joaquín Hernández Galicia, «la Quina».
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Ahora bien, la evolución de sindicato independiente y de clase a instrumento gremial de control político, ni de lejos fue un fenómeno privativo del sindicato petrolero. No sin resistencias y luchas épicas, como las encabezadas por Valentín Campa y Demetrio Vallejo en el gremio ferrocarrilero; pero el corporativismo terminó por consolidarse en la vida sindical mexicana. Incluso los dos gobiernos panistas de inicio de este siglo, antes que desmontarlo, buscaron refuncionalizar al corporativismo para lograr sus propios fines. El resultado es que, salvo contadas excepciones, durante décadas y a diferencia de lo que ocurre en otros países, sobre todo europeos, ni el Estado ni la burguesía han tenido que lidiar con sindicatos de industria democráticos, independientes y de clase.
Al final del día, el corporativismo implica la inhibición, o aún la supresión artificial, de la conflictividad social inherente a las relaciones laborales. Es por ello que la dimisión de uno de los principales íconos del corporativismo mexicano —en el contexto del primer gobierno de izquierda en nuestro país y aprobada una reforma laboral que puede propiciar una paulatina democratización de las organizaciones sindicales— resulta un hecho muy relevante.
Es muy temprano para saber si la renuncia del líder petrolero desembocará en la ampliación de los cauces democráticos al interior del STPRM. Difícilmente el próximo secretario general será alguien que no pertenezca al actual equipo dirigente. No podemos tener la certeza de que habrá una coyuntura favorable a la libre organización de los petroleros, y mucho menos si estamos ante el inicio del establecimiento de las condiciones políticas y laborales para que los trabajadores inicien el desmantelamiento del corporativismo. Pero por la salud de la República, esperemos que así sea.
Por: Fluvio Ruíz Alarcón