La demanda mundial de carbón se encamina a alcanzar un nuevo máximo histórico en 2025, en un fenómeno que confirma un renovado boom del consumo de este combustible fósil, pese al avance acelerado de las energías limpias.
De acuerdo con el más reciente informe de la Agencia Internacional de Energía (AIE), el consumo global crecerá 0.5% respecto a 2024, hasta situarse en 8,850 millones de toneladas, el nivel más alto jamás registrado.
El reporte subraya que, aunque las energías renovables, la nuclear y el gas natural continúan expandiéndose, el carbón mantiene una presencia dominante en la generación eléctrica mundial, especialmente en economías con fuerte crecimiento de la demanda energética. Este repunte pone en evidencia las dificultades estructurales para abandonar los combustibles fósiles en el corto plazo.
Uno de los focos del nuevo auge se encuentra en Estados Unidos. La AIE prevé que el uso de carbón en ese país aumente 8% en 2025, rompiendo una tendencia de 15 años de caídas anuales cercanas al 6%. El alza responde a mayores precios del gas natural, al ritmo más lento en el cierre de centrales carboeléctricas y al respaldo de políticas federales. A ello se suma la menor generación eólica en Europa, que ha limitado la sustitución del carbón en algunos sistemas eléctricos.
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A escala global, el carbón ha desafiado reiteradamente los pronósticos sobre su declive. En 2023, la propia AIE anticipó que la demanda había alcanzado su punto máximo; sin embargo, el consumo volvió a crecer en 2024 y repuntará nuevamente en 2025, impulsado en gran medida por China, India y otras economías emergentes con alta demanda eléctrica. La agencia advierte que su proyección a cinco años enfrenta “incertidumbres significativas” que podrían alterar el panorama.
Este nuevo récord ocurre a una década del Acuerdo de París, que fijó como meta limitar el calentamiento global a 1.5 °C. No obstante, el Informe sobre la Brecha de Emisiones 2025 de la ONU señala que el mundo se dirige a un aumento de 2.3 °C hacia 2100, incluso cumpliendo los compromisos actuales, lo que refuerza la tensión entre la realidad energética y los objetivos climáticos.
