La Fórmula 1 es un banco de pruebas extremo donde cada variable físico-química se traduce en décimas de segundo. En ese entorno, el trabajo de Pablo Terroba —asesor técnico de carreras en la escudería de Red Bull con responsabilidad directa sobre combustibles y lubricantes Mobil 1— es tan silencioso como decisivo.
Su misión combina aseguramiento de calidad, cumplimiento regulatorio, diagnóstico de desgaste, logística global y enlace con los laboratorios de ExxonMobil y la fábrica. “De alguna forma somos como doctores dentro del garaje”, resume.

Un rol crítico: calidad, confiabilidad y velocidad de respuesta
Terroba opera con un laboratorio portátil instalado dentro del garaje, desde donde certifica cada lote de gasolina y aceite antes de que toque el monoplaza. “Somos los primeros que certificamos la calidad de estos lubricantes y de este combustible, y extrapolamos todos estos datos a nuestros laboratorios”, explica, en referencia al flujo de información y la coordinación con los ingenieros de la fábrica. La lógica es clara: datos en tiempo real, trazabilidad total y ciclos de aprendizaje que alimentan desarrollo e innovación.
La exigencia normativa es absoluta. La verificación de identidad química del combustible —frente a la muestra depositada en la primera carrera— y el control de densidad son innegociables. “La FIA puede pedir una muestra de combustible en cualquier momento… y si no se proporciona, el equipo queda descalificado”, advierte. Para asegurar consistencia, Terroba recibe por equipo 18 barriles de 54 litros (36 en total en el garaje compartido), toma muestras en los puntos críticos del proceso y documenta todo.
Rutina operativa: 13 horas diarias de martes a domingo
La semana de Gran Premio impone cadencia y disciplina. “Trabajamos de martes a domingo con jornadas de 13–14 horas en el garaje”, detalla. Martes a jueves se calibran instrumentos y se certifica la calidad de combustibles y lubricantes. El jueves se realiza el primer encendido (“fire up”) y, desde ese momento, cada sesión —libres, clasificación y carrera— activa un protocolo: muestreo antes y después, análisis y reporte inmediato a los responsables de unidad de potencia, caja de cambios, hidráulicos y fiabilidad. El domingo, además, toca el desmonte completo del laboratorio y apoyo al “pack-up” del equipo.
Instrumentación y metodología: de la cromatografía al FTIREl laboratorio viaja con siete instrumentos que permiten —por evento— analizar “hasta 10 muestras de combustible y 50 de lubricantes”. La cromatografía de gases verifica la “huella” del combustible, mientras que viscosímetros, medición de agua disuelta y espectroscopía infrarroja por transformada de Fourier (FTIR) trazan el estado de los aceites. La FTIR también sirve para diagnosticar fugas en segundos: “Simplemente pongo una huella de mi dedo en el sensor y sé exactamente de qué zona del coche viene esa fuga”, describe. Estos tiempos de reacción son vitales cuando una decisión técnica se toma con el semáforo en verde.
Potencia, eficiencia y el reto del etanol
La ventana de ingeniería es estrecha: el combustible actual contiene 10% de etanol, con impacto directo en densidad energética. “Cada gota de etanol que se añade al combustible reduce la eficiencia; nosotros tenemos que maximizarla al máximo”, señala. El trabajo de aditivación es, por tanto, milimétrico: moléculas y paquetes que optimizan combustión, limpieza y protección sin comprometer confiabilidad. Terroba es explícito: “El combustible que usamos en la Fórmula 1 tiene un aditivo que no usa ningún otro competidor a nivel mundial”. Esa ventaja, más que un secreto, es el resultado de protocolos de prueba, modelación y simulación que se inician meses antes de la temporada.
Desarrollo continuo y transferencia tecnológica
El circuito de conocimiento no termina en la pista. “Estamos formando una alianza tecnológica que está llevando al equipo a tener numerosos éxitos”, afirma. Los datos del garaje alimentan líneas de investigación en laboratorio; las hipótesis de los químicos y tribólogos regresan a pista en forma de formulaciones y procedimientos operativos. Ese mismo andamiaje —calidad, metrología, control de proceso y diseño de lubricación específica por componente— se extrapola a sectores como minería, energía y manufactura. Terroba lo sintetiza así: “ExxonMobil es una de las pocas empresas a nivel mundial que está presente desde el proceso de extracción del aceite crudo hasta su aplicación en la Fórmula 1”.
Invertir en laboratorios, en trazabilidad y en la “química detrás de la mecánica” paga. “Mucha gente piensa en la mecánica… pero no en esos fluidos, esos productos y esa química que hay detrás”, subraya. Y añade otro requisito de clase mundial: “Tenemos que estar totalmente seguros de que este producto va a tener ese alto rendimiento para la unidad de potencia”. Esa certeza se construye con diseño de experimentos, validación en escenarios extremos (temperatura, altitud, humedad) y disciplina de operación.
Logística y cumplimiento: la otra mitad del éxito
Además de analizar, Terroba coordina el movimiento global de laboratorio y productos: envíos de combustibles sintetizados y lubricantes desde Europa y Reino Unido, almacenamiento intermedio y distribución a cada sede. La gobernanza de materiales peligrosos, aduanas y tiempos de tránsito forma parte del trabajo. El objetivo es que cada barril —con especificaciones idénticas a lo largo del año— esté disponible y controlado con antelación suficiente para no comprometer preparación ni reglamento.
Innovación que no se detiene
El horizonte regulatorio acelerará aún más la relevancia del rol. Con la transición a combustibles 100% sintéticos y una nueva unidad de potencia en puerta, la integración entre pista y laboratorio será todavía más crítica. En el camino, Mobil 1 y Red Bull siguen afinando el binomio de potencia y confiabilidad. Terroba lo vive con intensidad: “Estoy viviendo el sueño. Es mi tercera temporada con el equipo y, por favor, que nadie me despierte”.
Ciencia aplicada para ganar y para competir mejor en la industria
El caso que lidera Pablo Terroba demuestra que la ventaja competitiva nace en la interfaz entre medición, química y decisión operativa. La Fórmula 1 obliga a ejecutar esa integración a la máxima velocidad; la industria —minería, energía, manufactura— puede capturar el mismo valor con estándares, laboratorios y cultura de datos. “Es muy necesaria esa máxima potencia… y, al mismo tiempo, controlar la eficiencia y la fiabilidad”, recuerda. En pista o en planta, esa es la ecuación que define quién gana.
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